Introducción:
En su libro "The Living City" (La Ciudad Viviente), Frank Lloyd Wright (1867-1959) planteó una pregunta fundamental:
¿Una ciudad ideal sin centro urbano? Al anticipar la marcada descentralización propiciada por el uso extendido del
automóvil, Wright vislumbró una tendencia equiparable en la actualidad a las innovaciones tecnológicas de comunicación y
a la percepción de inseguridad, factores que han incentivado el éxodo de los centros urbanos en favor de la vida y el trabajo
en las periferias, zonas rurales o espacios suburbanos cada vez más desarrollados.
La necesidad de gestionar el centro urbano de la ciudad como un espacio singular radica en que es el espacio donde se
encuentra la memoria histórica y el patrimonio cultural y arquitectónico más característico de la ciudad, es lo que constituye
el principal atractivo para sus habitantes y visitante. Y es por lo cual, hoy en día hay un consenso generalizado entre los
líderes políticos y los expertos técnicos respecto a la importancia de conservar y revitalizar los centros urbanos, especialmente
aquellos con un valor histórico o tradicional. La Ciudad Viviente es precisamente aquella que continúa manteniendo y
rejuveneciendo su núcleo urbano a travez de la gentrificación del casco.
El centro urbano requiere de la colaboración tanto del sector público como del privado, del urbanismo y de la arquitectura,
así como de aspectos económicos y sociales. La proliferación de nuevas formas de comercio en las áreas periurbanas ha
conferido un atractivo renovado a la no-ciudad en detrimento del centro, que requiere ser reinventado. Para ello, es crucial
recuperar el concepto y la función de centralidad, comprendiendo sus tres componentes esenciales: el sociológico, el morfológico y el económico. El centro urbano debe ser considerado como el epicentro de todas las formas de intercambio, con
infraestructuras que faciliten su dinamismo. Es un espacio físico, social y percibido cuya gestión debe abordarse desde una
perspectiva centrada en las actividades humanas
El desarrollo del centro urbano se sustenta en 4 ideas básicas.
1) El centro urbano es un espacio relacional en el que concurren tres elementos: las personas, el espacio urbano como soporte
físico y las actividades que se desarrollan en este espacio. Las interrelaciones entre estos tres elementos son el campo de
acción de la misión.
2) El centro urbano es, además de un espacio físico singular, es un espacio humano en el que la prioridad son las personas en
sus diferentes roles (residentes, visitantes, compradores, turistas, peatones, comerciantes, etc.). El uso de los espacios debe
orientar la morfológica y función de estos dentro del enfoque de la gestión a implementarse.
3) El principal atractivo de un centro urbano es su diversidad y su diferenciación. Promover la diversidad de usos, de oferta
de servicios, del comercial mixto e inclusividad poblacional (multietnicidad e intergeneracional) es una de las principales
recetas para su regeneración. El posicionamiento de un centro tiene que explotar los factores diferenciales del mismo,
frente a otras zonas urbanas y frente a otras ciudades que actúan en un mercado competitivo de localizaciones y de usos.
4) La actividad económica ha pasado a ser el motor de la revitalización del centro urbano, y dentro de ella adquiere un papel
relevante el comercio, los servicios y el ocio. Indudablemente el centro urbano tiene una característica que lo diferencia de
otros espacios de la ciudad, la centralidad. La cual no es única ni excluyente, pues compite con otras áreas periféricas es la
atraccion principal para atraer inversionistas, residentes y compradores . El centro urbano es donde debe ser más necesaria
y compleja la intervención pública para recuperar el hábitat y transformarlo en un espacio de calidad, cómodo, accesible,
seguro y al servicio de la ciudad en su conjunto. Y ésta es la verdadera clave de que justifica la aportación de recursos
públicos: el centro urbano es un espacio vivido, percibido y usado por toda la ciudad...es nuestro patrimonio cultural.
En Resumen:
No todos aspiramos a la vida en los suburbios o en urbanizaciones cerradas. Hay quienes valoramos profundamente la experiencia de vivir en el casco urbano de la ciudad. Elegimos estar cerca del pulso y la energía de la vida urbana, donde todo está a nuestro alcance. La idea de tener que subirnos a un auto para tareas tan simples como comprar un litro de leche o dar un paseo a pie no se alinea con nuestro estilo de vida. El uso común y el libre disfrute de la cuidad es un derecho común, la violencia es la que tiene que ser mal vista.
Al fortalecer la vida urbana, les damos a las nuevas generaciones razones para quedarse y contribuir al progreso de su comunidad. Creamos espacios para que puedan desarrollar sus propias ideas y proyectos, en lugar de verse obligados a emigrar en busca de oportunidades. De esta forma, el desarrollo urbano no solo nos conecta con nuestro pasado, sino que también construye un puente hacia el futuro.
Vivir en el casco urbano no es solo una elección personal; es un compromiso con la preservación de nuestro legado cultural. Estos espacios cuentan la historia de quiénes somos y de dónde venimos, y su desarrollo responsable es una forma de proteger nuestra identidad colectiva. Las calles, plazas y edificios del casco urbano son más que infraestructura: son nuestra memoria histórica, y revitalizarlos asegura que esta herencia viva inspire a las generaciones futuras.